jueves, 18 de noviembre de 2010

Miguel Hernández. Profesor.

No escribía nada coherente, las letras se distorsionaban en mi mente. Quería poner guapo y aparecía guapa, quería escribir odio y aparecía amor, redactaba tierra e inscribía cielo. Nada, ¡no era posible! Era evidente que estaba usando tu bolígrafo, ese que está lleno de lo que tú quieres: la vida.

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